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La odisea de comprar un jean

Lima, 2015 Hace una década, cuando a las mujeres sólo se nos permitía tener un tipo de cuerpo… Ese día que siempre pospongo Hoy fue ese día que puedo posponer incluso dos años —y si puedo, más—: el día de comprarme un blue jean.Una experiencia espeluznante, frustrante… una patada directa a la autoestima.El recordatorio de que en nuestro país no solo el buen gusto está muerto, sino que la mayoría de mujeres vive en una fantasía: la quimera de que todas son talla 28. Primera parada: Levi’s Odio los tumultos, pero preferí ir a un solo lugar con muchas tiendas: el Jockey Plaza.Mi última compra de jean había sido rápida y sin dolor en Levi’s. Tienda grande, marca conocida, prestigiosa. ¿Qué podía salir mal? Todo. Levi’s, en el centro comercial más visitado del país, tenía solo seis modelos de jean para mujer. De ellos, apenas dos no eran pitillo. (Mujeres: salvo que midas 1.75 y tengas muslos de 20 cm de diámetro, el pitillo no te queda bien. You can’t pull it off). De esos dos, solo uno —pierna recta— estaba en talla 32. Sí, esa es mi talla; tengo un poto grande, ¿y qué? Pregunté si era popular: “No,

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Tres primeras veces que guardo en mi baúl de recuerdos

Hay momentos que se quedan grabados en la memoria sin pedir permiso. No necesitan fotos ni grandes celebraciones: aparecen de repente, nos arrancan una sonrisa en un día gris o nos hacen un nudo en la garganta cuando la fe en el mundo tambalea. La mayoría son pequeñas grandes cosas… y muchas veces, son una “primera vez”. Si tuviera que escoger tres de las mías, serían estas: La primera conversación con mi esposo No fue cuando nos presentaron, ni siquiera la primera vez que cruzamos palabras, sino la primera vez que realmente conversamos. Trabajábamos en la misma empresa, él en planificación financiera y yo en el área comercial. Para aprobar mis decisiones, debía pasar por su equipo. Hasta entonces, me atendía un muchacho distraído, olvidadizo y eternamente pendiente de su próximo cigarro. Un día, cansada de recordarle lo que debía hacer, le solté: “¡No me estás sumando!”. Según las malas lenguas —que nunca faltan—, volvió llorando a su jefe y pidió no reunirse más conmigo. Ese jefe decidió enviarme a un nuevo integrante: un joven ingeniero, primer puesto de su promoción y con fama de serio. “Derecho de piso, chibolo”, le dijeron. Cuando apareció, cargando su laptop y sin mucha

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